miércoles, 24 de febrero de 2016

Reseña sobre el libro "Carta a un joven profesor" de Philippe Merieu

           El libro surge a partir de la visión que tiene la sociedad francesa sobre el profesorado y el cumplimiento de los objetivos de su profesión, siendo ésta la base que utiliza el autor para exponer su experiencia educativa personal. A lo largo de su narrativa, Meirieu señala cuáles son, a su juicio, los aspectos más importantes en los que hay que incidir en la educación, y a la vez, ofrece respuestas, en forma de consejos, a cada una de las cuestiones que plantea.
            Para empezar, se pone de manifiesto el pensamiento generalizado de que parece que se ha abandonado la exigencia. La transformación de la sociedad y de sus costumbres, su propia evolución, puede hacernos llegar a esta conclusión. Sin embargo puede que  no sea más que un reflejo del aumento de la información disponible a las personas, y las constantes escenografías y representaciones públicas de la mediocridad, eso sí, en todos los niveles del desarrollo de las personas.
            Por otro lado, la sociedad se plantea que el problema está en la motivación. Motivación para trabajar o trabajar para motivar, éste es el dilema. Resulta ser un problema de gran alcance y más complejo de solucionar de lo que se desearía. Actualmente se hacen continuas referencias a la sobrecarga informativa que soportan las personas, y especialmente los jóvenes por su predisposición a la curiosidad.  Este estado de catarsis informativa aparece como consecuencia del desarrollo de las tecnologías y medios que posibilitan el acceso a la información, de una manera instantánea y cada vez con menos limitaciones de espacio y de tiempo. Así, se abren con frecuencia debates en los que se cuestiona si los procesos de enseñanza y aprendizaje se desarrollan a la par que estos cambios, y si se alcanza el ritmo que permite la adaptación de la educación a estas modificaciones del entorno de las personas.
            La respuesta a todos los problemas sigue siendo hacer el trabajo con calidad y ser exigentes en todo lo que se hace, independientemente del objeto de estudio, ya sean ciencias, letras o artes. Entonces, es preciso tomar una actitud diligente y generar y conservar la energía suficiente para mantener unos niveles óptimos que propicien una actividad pedagógica adecuada. Durante este proceso, es inevitable considerar el papel de los medios de comunicación en la conducta escolar, e intentar controlar, no la información que estos vierten a la sociedad, ya que resulta imposible, sino los efectos que esta puede generar en las personas, mediante la prevención en las escuelas y el fomento del desarrollo de un pensamiento crítico.
            Para lograrlo, resulta fundamental preparar el material, espacio, tiempo y objetivos de nuestro proceso de enseñanza, y formar parte, activa y participativamente, de todos los mecanismos posibles que se ven implicados. Por otro lado, hay que tener en cuenta que el compromiso de cada alumno en un proyecto ayuda en la disciplina, y por lo tanto, es importante implicar a los alumnos lo máximo posible, ya que los problemas graves de disciplina no pueden resolverse solos, y se requiere un gran esfuerzo y trabajo colectivo.
            El autor presenta al maestro como sinónimo de profesor de escuela, y justifica que el profesor de Primaria y el de Secundaria son lo mismo, ya que deben utilizar las mismas técnicas y tienen los mismos objetivos. Al mismo tiempo, separa la escuela de la familia, consideradas como instituciones diferentes, que realizan funciones diferentes en la sociedad y sobre las personas, y por lo tanto deben mantener un espacio de acción delimitado.
            La escuela busca la verdad, el respeto mutuo y la fidelidad a los principios elegidos deliberadamente, y a la vez, en la escuela se busca el bien común en detrimento de los intereses propios. Las funciones sociales de la educación así lo estipulan, siendo un punto de conflicto y posible paradoja principal de la educación. La libertad y voluntad del individuo sometidas a la libertad y voluntad de la sociedad a la que pertenece, frente a la pretensión de conseguir el desarrollo y máxima expresión de los individuos a través de los diversos contenidos que tienen lugar en los procesos educativos.
            Se presenta a la escuela en parte como una panacea, adjudicando a esta el deber de formar a los alumnos en el desarrollo de un pensamiento crítico, ya sea con el propósito ideal de evitar caer en cualquier forma de dominio, de salir del conformismo y provocar el avance y evolución de la sociedad, así como de provocar el pensamiento propio y el pensar por uno mismo. En palabras de Jacques Rosseau, “Que nada de lo que se sepa sea porque usted se lo ha dicho sino porque él lo ha entendido por sí mismo: que no aprenda la ciencia, que la invente. Si en algún momento usted cambia en su espíritu la razón por la autoridad, ya no razonará; sólo será el juguete de la opinión de los demás.”
            Otra de las funciones que se le otorga a la escuela es que debe permitir y facilitar el trabajo de los individuos, en proyectos conjuntos asociándose con otros grupos,  desarrollar el proceso de aprender a “hacer sociedad”. Claramente, la escuela es una herramienta o mecanismo básico de cohesión social, a pesar de que, aún en frecuentes ocasiones, no adquiera las características ideales definidas por la inclusión y la equidad.
            Por lo tanto, para asumir esta función democrática, resulta necesario que la escuela de una importancia capital al Derecho, ya que en última instancia es lo que posibilita mantener a los hombres juntos y rige sus relaciones. El desarrollo de los procesos educativos está rodeado por una aureola de utopía, que en parte resulta vital para mantener la iniciativa y razón de ser del acto pedagógico. Muchas cuestiones deseables seguirán siendo parte de metas inalcanzables o cuestiones reducidas a metas volantes, por el inherente desarrollo de la sociedad y de la humanidad. Así, la democracia debe ser para el profesorado la única utopía posible de alcanzar.
            Finalmente, una vez se ha recorrido el camino trazado por las experiencias planteadas en el libro, y sobre el por qué enseñar hoy, se otea en el horizonte de la narrativa, que, en palabras de autor: “los profesores no tienen porvenir, son el porvenir”, a lo que debo añadir: “no hay maestro sin aprendiz”. De nuevo se redescubre que la evolución y el porvenir de la sociedad se manifiesta en los espacios educativos.

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